sábado, 27 de septiembre de 2008

Angeles Caidos ( Cuento)



Siempre he dicho que este es el infierno de otro mundo, en alguna parte Dios advierte a sus Ángeles de que si se portan mal, pero verdaderamente mal, los enviara aquí, a ser esclavos de un sistema que los domina, doctrina, y explota, como a mí, siendo nosotros Ángeles caídos de una vida pasada, perfecta, y sublime, en donde la el amor no era un visitante esporádico, la felicidad no tenia dobles falsos, la palabra esclavitud no existía, y la muerte era un mito de terror de los viejos contadores de historias. La iglesia de Éfeso, es a la que asisto en respuesta de mis miedos más profundos, pienso que es una ingenua idea de retomar nuestros tiempos de antaño para decirnos en nuestro temor: ¡Sí!, estamos bien, hay esperanza, todo será como antes, y por esta razón me congrego, porque a veces creo que hay salvación. Cuando has pasado años tras años allí en la iglesia, con las mismas costumbres y amigos, te es mucho más difícil salir, porque en un principio estuviste tan fanática y apasionada que olvidaste por completo las amistades fuera de la iglesia, y un día despiertas y te das cuenta de que tu vida, tus nuevos amigos, tu diversión, pensamiento y moralidad, pertenecen a la iglesia.
Cuando trabajas en el oficio de placeres nocturnos, y le sacas un domingo al dios de las iglesias la vida se hace bastante tormentosa, escuchas confesiones de clientes insaciables, y testimonios de feligreses también insaciables, también recuerdo aquella experiencia que determino mi filosofía pesimista y fue a mediados de abril, mi mes preferido, que viniendo de lejos se acerco a mí una mujer muy elegante llamada Isabela, de faldas largas y propósitos insospechados, me hablo de un cliente, de un trabajo, y de una muy buena paga, no obstante, de haber tenido dinero no habría aceptado tal trato que mancharía la concepción misma del amor, pero ,¿cómo negarse al dinero?. Isabel es la representante de un buen escritor de los suburbios que para su desgracia y la de su público insatisfecho nunca había escrito sobre el amor, un tema muy demandado en estos tiempos donde el amor se ve como aguja en altamar, además, ella me escogió por haber estudiado, y por dedicarme a los placeres del cuerpo, y es que este escritor nunca había vivido tal placer del alma, su incapacidad lo había remitido no solo a no desplazarse armoniosamente, sino a estar predestinado a no sentir el amor sexual, y como de lo que no se sabe no se habla yo le daré a conocer de las ilusiones que más se. Me acerque a él con ropas prestadas, le hable de la vida, de mi filosofía epicuerista, de la destinación preexistente de las almas a encontrarse, y de mis tiempos en la Universidad, pero claro está, no le hable de mi actual oficio, todo era para crear en él la fantasía del amor, el espectro de su mujer perfecta, y cumplir el plan destinado por Isabel, que por fin el hablara del amor. A medida que hablamos él hacía sentir mi vida irónica, yo siempre preocupada por no pasar desapercibida, y el que nunca lo paso desde que nació, Argemiro, con su mirada baja, me hablaba de todo lo que él no era y quería ser, sentía que parte de él sabía de lo onírico, e irreal que era ese momento juntos, pero parte de él quería creer, y con ese poco de fe le salían las palabras de su atormentada alma. Yo digo que si hay un infierno como lo pinta el pastor, con llamas, lava, y demonios alrededor, entonces todo ese fuego febril estaba conmigo en esos momentos, y al no retenerlo más, solo lo deje salir desde muy adentro, le conté lo que él había presentido, que fingía quererlo por dinero, entonces domino el silencio, pensó un poco, también llore, me tomo las manos, y me pidió que continuara la farsa, que siguiera con este absurdo juego del amor, que no importaba,-¡que mas da¡ -me dijo, el amor es la salvación de la humanidad, es el cielo que ahuyenta el infierno de nuestras vidas, pero yo le dije que ya me había acostumbrado a las celdas frías de este mundo, le susurre al oído, has llegado muy tarde para mí.
De allí fui al cementerio, cuando tenía verdaderas ganas de llorar iba a ese lugar, elegía una tumba, y justo allí, podía gritar y llorar con todas mis fuerzas, allí nadie me diría loca, si alguien me veía suponía que lloraba por alguien, y cuando llegue al cementerio me puse a llorar junto a una familia que lloraba por su hijo recién fallecido, me sentí muy bien porque parecía que los familiares enlutados también lloraran por mis cargas, me sentía acompañada, luego me preguntaron cosas y hasta me invitaron a su casa, no obstante, luego me fui, y fría como un tempano cual se desliza por un glaciar me encontraba caminando otra vez entre las indiferentes calles, cuando de repente me distraje en la carretera, y un golpe seco me envolvió el cuerpo en dolor, y me sacaba poco a poco el alma, justo ahí, moribunda mirando el cielo empecé a contemplar la idea de la reencarnación, tal vez por pensar que habían muchas cosas en este mundo que no había resuelto y era justo que lo resolviera, allí decidí memorizarme algo para la próxima vida, recordar mi historia acabaría la duda de que en la siguiente vida no creyese en la reencarnación, me aferre fervientemente a algunos de mis anécdotas, así fue, y mi mundo se nublo. Cuando desperté, me desprendí de las sabanas de carne de mi nueva madre, me encontré con un extraño cuerpo, en un extraño mundo con una nueva vida, pero crecí recordando mi ayer, vi mi pasado país Venezuela en conflicto con mi nuevo país natal, mi religión pasada en conflicto con la de mis nuevos padres, mi raza, mis costumbres, mi política y en muchas cosas en conflicto con mis ideologías pasadas, nacemos heredando las ideologías de donde nacemos, defendemos una “verdad” auto-impuesta, entonces ahí desee no recordar conscientemente, y entendí de que somos seres universales, controlados por una fuerza que nos divide y nos hace olvidar. Por esto digo que cuando el amor llega, la muerte atrás le sigue, porque tal sentimiento bueno y perfecto no puede permanecer donde tanta maldad vive, y entonces, la oscuridad trata de ahogar el más noble de los sentimientos, el sentimiento que en mi pasada vida empezaba a surgir por argemiro.

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